RA
A
menudo representado bajo un aspecto totalmente humano, con el cuerpo formado
por oro puro, y considerado como el señor de las llamas, lleva siempre sobre su
cabeza el disco solar rodeado de una cobra (el ureus) que arroja fuego a todos
aquellos que amenacen al dios. Sus insignias incluyen la cofia de lino
almidonada, y diversas coronas y cetros reales, ya que se considera que este
dios es el antepasado mítico de los faraones. Las primeras manifestaciones en
los textos de este dios pertenecen a la época del faraón Dyesert.
Según
la teoría cosmogónica heliopolitana, el universo había brotado del caos
primordial gracias a la acción de Ra. Pero esta creación había nacido frágil,
siempre amenazada por los agentes del caos. Si en dios Ra no intervenía
diariamente para renovar esa creación, las fuerzas del caos se abalanzarían
sobre el mundo y lo destruirían. Por eso, todos los días el dios surcaba el
cielo en su barca, desde el amanecer hasta el atardecer, para luego realizar un
recorrido por el mundo subterráneo, donde resucitaría y volvería de nuevo, con
energías renovadas, a surcar los cielos. Una colina de limo emergió del caos
líquido u océano primigenio, Nun, y el sol Atum (el que está completamente
oculto) se posó sobre la colina, en forma de serpiente o de escarabajo. Al masturbarse,
creó con su semilla a la primera pareja divina: Shu (aire, aliento) y Tefnut
(humedad). A su vez, esta primera pareja divina engendró a Geb (tierra) y Nut
(cielo). Después de una serie de acontecimientos, la Tierra y el Cielo, que en
un principio estaban unidos en amoroso abrazo, se separaron y en el espacio que
los separaba se generó el resto de vida. Así el orden universal queda
establecido.
Geb y Nut, separados por el dios del aire Shu
Ya
a partir de la Dinastía V, Ra se convirtió en el dios principal del Panteón
egipcio, y también se emparentó con los monarcas. Los faraones tomaban el
título de Hijo de Ra, y se creía que tras su muerte se uniría a su padre en el
firmamento, en la barca que el dios-Sol empleaba para surcar los cielos. En un
principio se unió con Atum, uno de los dioses más importantes de Heliópolis,
creando el dios Atum-Ra, como forma de afianzar el poder de Ra. Fue relacionado
más tarde con un dios tebano que alcanzó una gran popularidad tras el cambio de
la capital a Tebas: Amón, sincretizándose en el dios Amón-Ra, el dios más
importante del Imperio Nuevo; también se unió al dios Horus, transformándose en
Ra-Horakhty, que representaba al sol del horizonte y la forma más poderosa del
dios.
Amón-Ra y Ra Horakhty de izquiera a derecha
Hacia
el final de la Dinastía XVIII hubo una revolución religiosa en Egipto iniciada
y terminada en el gobierno de Akenatón (Amenofis IV antes de la reforma). Esta revolución
se basaba en la adoración de un único dios, Atón, que hasta la llegada de este
faraón había sido un dios se segunda categoría. Este dios, que representaba el
disco solar, manifestaba su poder en los rayos solares, dadores de vida y de
creación. Por esa razón, en las representaciones de este faraón adorando al
disco solar, las terminaciones de los rayos son manos que sostienen el
jeroglífico de la vida (Ankh), como símbolo de su condición de dador de vida. Tras
su muerte, se restableció el culto del resto de los dioses egipcios.
EL CULTO AL SOL: PIRÁMIDES Y
TEMPLOS SOLARES
Cuando
los enormes complejos funerarios y tumbas reales adoptaron superestructuras en
forma piramidal, fue una señal inequívoca del auge al culto del Sol. Las manifestaciones
más antiguas de estas tumbas, las pirámides de forma escalonada, se convertían
en auténticos escalones de ascensión para el soberano; una forma de facilitar
el camino del faraón hacia el dios-Sol. Con el paso del tiempo, estas
estructuras se perfeccionaron hasta que desembocaron en las famosísimas
pirámides regulares, que evocaban los rayos del Sol y aumentaban su
magnificencia mediante paredes lisas que refulgían con los rayos solares. También
representaban la clina primordial, origen de toda forma de vida.
Los
templos solares también tenían como función reflejar la omnipresencia y
omnipotencia del dios-Sol. El más conocido de todos es el erigido en la
Dinastía V por el faraón Neuserre. Su ubicación era similar a la de los
complejos piramidales, y recuerda al desaparecido templo solar de Heliópolis. Estaba
formado por un templo inferior, que se unía al superior por una rampa, cubierta
para protegerlo de los rayos del Sol, desembocando en una enorme sala a cielo
abierto, para poder recibir sin ningún tipo de impedimento, los rayos del Sol. En
dicho patio se encontraba el altar donde se realizaban los sacrificios y ritos
pertinentes. En el patio también se encontraba la piedra Ben-ben sobre una
plataforma de forma tronco-cónica; según la tradición heliopolitana, la piedra
Ben-ben, que simbolizaba esa primera colina primigenia. De 36 metros de ancho y
20 de altura, es el predecesor de los obeliscos. Una cámara, llamada “de las
estaciones”, estaba decorada con vivas escenas de la naturaleza, reino del dios
Sol, en relieves policromados. En los muros norte y sur había adosadas una
serie de construcciones que estarían relacionados con el almacenamiento de
ofrendas.
Reconstrucción del templo solar de Niuserre
EL VIAJE DEL SOL: SUEÑOS DE
RESURRECCIÓN
Una
de las facetas más conocidas del dios solar Ra es las diversas formas que toma
debido a su viaje perpetuo por los cielos. Estas formas que adopta son tres: la
primera, el escarabajo solar Kepri, que representa el renacer del sol. Los egipcios
se fijaron en los escarabajos peloteros, y su forma de crear bolas de
excrementos que movían por el terreno. De esa forma, el dios en forma de dicho
insecto alzaba el disco solar hasta el punto central del firmamento, donde
adquiría su segunda forma, la más poderosa, pues correspondía con las horas en
las que el sol era más inmisericorde en el territorio egipcio: Ra victorioso, o
Ra Horakhty. Por la noche, se le representaba como un anciano y en la forma de
Atum (o Atón). En ese momento, comenzaba su viaje por el mundo de las
tinieblas, donde tenía que superar una serie de peligros. Las fuerzas del caos
intentaban frenar el avance de la barca solar, para sumir al mundo en la
destrucción total.
El
libro de Am-Duat es la mejor fuente de información sobre el viaje que realizaba
el dios solar en el mundo de ultratumba. En las tumbas de Amenofis III y
Tutmosis III se encuentran las ilustraciones de las diferentes etapas del Sol
en el mundo de los muertos. Aunque las pinturas de estas tumbas son las más
representativas, faraones posteriores también se basaron en fragmentos de este
libro para decorar sus tumbas.
El
recorrido del Sol por el Inframundo estaba dividido en 12 etapas,
correspondientes a las horas de la noche. Era un viaje de reconocimiento que Ra
efectuaba de tal forma que así el faraón, su hijo en la Tierra, le mostraba el
difícil camino de la resurrección. Gracias a este recorrido, también se puede
reconstruir la concepción que tenían los egipcios del mundo subterráneo. Como en
la superficie, era un territorio bañado por un gran río y dividido en nomoi
(distritos), cada uno de los cuales tenía una capital, un dios tutelar, varias
divinidades, genios y almas de difuntos. Como un reflejo del mundo de los
vivos.
En
cada una de las etapas, el dios es saludado con el epíteto de “gran dios”, y se
recitaban las fórmulas necesarias para ayudar al alma en su seguimiento del
trayecto del Sol. La barca solar no estaba ocupada solo por Ra, sino por una
gran cantidad de divinidades, mayores y menores, que ayudaban a saltar todos
los peligros que se pudieran presentar. Entre ellos también se encontraban los
llamados marineros: dos grupos de nueve babuinos que se encargaban de abrir las
puertas y de cantar al paso de Ra.
Segunda hora. |
En
la primera hora, Ra aparece con la cabeza de carnero y el cuerpo vendado, como
si fuera una momia (que más tarde simbolizaba la sintetización de Osiris como
dios de los muertos, la momia, con la cabeza de carnero de Ra; el poder de la
muerte y de la regeneración). Visita la “gran ciudad”, donde reina la diosa que
escupe las cabezas de los enemigos de Ra. En la segunda hora llega a la región
denominada Wernes, donde residen los dioses del trigo. En la tercera hora,
acude al campo de los dioses del trigo y del agua, donde también reanima el
cuerpo de Osiris gracias a dos divinidades que lo acompañan en la barca: la
Voluntad y la Mente. En la cuarta hora, la barca solar llega al interior de
Sokar, el dios-necrópolis de Menfis que simboliza el sepulcro de Osiris. En la
hora siguiente, llega a una misteriosa plataforma con una puerta protegida por
cuatro cabezas mágicas que vomitan llamas. En aquel extraño lugar se encuentran
enigmáticos dioses y el mismo Sokar con cabeza de halcón. Es en este momento
cuando consigue vencer a la muerte y adopta otra de sus formas: el escarabajo Kepri,
símbolo de la resurrección del Sol. En la sexta hora la barca cala ante la
presencia del dios Thot en forma de babuino (patrón de los escribas). En esta
hora, el dios solar visita una imagen de sí mismo ceñido por una serpiente de
cinco cabezas, como símbolo de que no hay resurrección sin muerte. En la
séptima etapa, aparece, entre otras manifestaciones del caos, la serpiente
Apofis, que es derrotada por el séquito de Ra (en algunas representaciones es
el mismo dios de las tormentas y símbolo del mal, Seth).
Novena hora |
En la etapa octava, Ra
es arrastrado ante nueve palos hincados en el suelo donde se encuentran una
serie de cabezas que representan su poder; en la siguiente hora, Ra se presenta
ante doce cobras, muy poderosas y defensoras del cuerpo de Osiris, que escupen
fuego. La décima hora es el momento del nuevo nacimiento: el escarabajo
transporta ya el huevo del cual renacerá el dios, mientras que el séquito de Ra
se apresta en eliminar a los enemigos del dios. En la undécima hora, Ra alcanza
la ciudad de la cuenta de los cadáveres, donde se matan a todos los enemigos,
son arrojados sobre una fosa y sus cuerpos son escupidos por una diosa. En la
última etapa, para finalizar un ciclo, Ra abandona completamente su apariencia
subterránea y se posa sobre la cabeza del dios Shu, para comenzar su viaje
diurno por el firmamento, ante los ojos de toda la creación, por la bóveda
luminosa del cielo.
Seth matando a la serpiente Apofis y defendiendo así la barca solar |
LITERATURA: EL GRAN HIMNO A AMÓN-RA
Perteneciente
al periodo conocido como Imperio Nuevo, es un papiro de la época de Amenhotep
II, donde aparece un gran himno dedicado al dios Amón-Ra, rey de los dioses. El
texto posee unos rasgos muy interesantes desde el punto de vista literario y
religioso, pues presenta conceptos nuevos de amor a la naturaleza y de
universalidad de los dones divinos.
¡Alabado seas, Amón-Ra, señor de
Karnak,
Príncipe de Tebas! […] Tú eres el
creador de todas las
Cosas, el único, que ha creado lo
que existe […] que
Produce el forraje que alimenta los
rebaños, y los
Árboles frutales para los hombres,
que crea aquello
De lo que viven los peces en la
corriente, y las aves
Bajo el cielo, que da el aire al
embrión en el huevo,
Que nutre las crías del gusano, que
crea aquello de lo
Que viven los mosquitos, y las
serpientes y las
Moscas, que crea lo que necesitan
los ratones en sus
Agujeros y nutre a los pájaros
sobre cada árbol.
RA
Y SUS HIJAS: SEKHMET, HATHOR, NUT E ISIS
Antes
de la llegada de los faraones como hijos de Ra y monarcas de los hombres, el
mundo era gobernado por Ra. En un momento determinado de su largo reinado, los
hombres se rebelaron contra él y, para vengarse y castigar a la raza humana,
envió a su hija Hathor en forma de una diosa leona, su lado más vengativo: Sekhmet.
Así se castigó a la humanidad pero Ra no había calculado la fuerza destructora
de su hija, que estaba descontrolada. Era una diosa ávida de sangre, que no se
detenía por nada ni nadie. Apiadado de la situación de los hombres, decidió
detener aquel exterminio, hablando con Sekhmet e intentando que se calmara;
pero la diosa no le escuchaba. Por ello decidió realizar la siguiente
estratagema: tiñendo cerveza con ocre consiguió que adoptara un tono rojizo, y
la dispersó por los campos. Sekhmet, confundiéndolo con sangre derramada, la
bebía ávidamente. Tanta cantidad bebió, que se embriagó. El alcohol consiguió
apaciguar a la diosa, que volvió a su aspecto de diosa del amor, encerrando de
nuevo sus instintos felinos y destructivos.
Sekhmet y Hathor, de izquierda a derecha
Pero
el daño que le habían hecho los dioses seguía vigente en el dios, que decidió
confiar el gobierno de la humanidad a otros dioses, mientras a lomos de su hija
Nut en forma de vaca a los cielos. Mientras surcaban el firmamento el vértigo
atacó a Ra, que apenas podía sostenerse. Para que no hubiera problema alguno
como caer al vacío, y hacer la montura más segura, creó ocho genios en total
que se encargarían de sujetar las patas de la vaca para que fuera más estable. Por
eso se la representa con ocho personas entre sus patas en los bajorrelieves de
las tumbas y templos.
La vaca celeste Nut sostenida por los ocho genios |
Otro
episodio de la mitología se encuentra protagonizado por Ra e Isis, conocida
como “la maga”. En el Antiguo Egipto, el nombre de los dioses está directamente
relacionado con su naturaleza divina. El nombre, por tanto, portaba la realidad
del dios y su conocimiento era una herramienta indispensable, a la par que
peligrosa, en manos de los sacerdotes y especialmente de los magos. Un dato
curioso es que el nombre del dios siempre permanecía en secreto; los dioses
desconocían el nombre verdadero de sus compañeros, porque si se llegaba a conocer,
automáticamente se adquirirían los poderes de dicha divinidad. Por eso los
hombres no podían conocerlos.
Información
sacada de:
- Revista National Geographic Nº 37
- TYLDESLEY, JOYCE Mitos y leyendas del Antiguo Egipto, Crítica
- El maravilloso mundo de la arqueología, Mitos, Planeta Deagostino
- HAGEN, RAINER; ROSE-MARIE, Egipto. Hombres, dioses, faraones, Taschen
- Egiptología.com
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